Vale. Puede ser que cuando él había nacido, ella era una simple promesa e ilusión en unas mentes jóvenes que empezaban a amarse. Que cuando ella lloraba y se arrastraba por el suelo, él empezara a jugar al fútbol, y las manchas del césped se apoderaran de sus camisas todas las tardes. También es posible que cuando ella dejara la guardería, él se vistiera de marinerito. O que cuando ella jugaba con sus muñecas, él ya empezara a ver a las niñas como eso, simples muñecas.
Quizá cuando ella iba al cine con sus amigas hasta las ocho, él ya estaba cansado de tanta fiesta, de tanto desfase, de tanto todo. Pero todo eso daba igual. Cuando estaban juntos no podían pasar el uno sin el otro, ella seguía teniendo los mismos nervios del primer día, y a pesar de tantas diferencias, eran como un puzzle que encajaba a la perfección. Y eso era lo que realmente importaba.