La vida acaba enseñando que el dolor es temporal. Y ninguno se puede igualar.
Sabemos lo que es, porque se aleja de aquello a lo que llamamos felicidad. Y tendemos a relacionar la felicidad con ausencia de dolor. No nos equivoquemos. Porque uno, no va sin el otro.
Si no se sufriera, si los problemas no nos azotaran, si la cabeza algún día dejara de dar vueltas a tantas cosas... no volverías a saber que es eso de ser feliz, ni a hablar de él.
Lo que duele no tiene por qué ser malo, ni lo que nos hace sonreír, bueno. Lo que sí es cierto es que las verdades duelen, y el paso más importante es aprender a aceptarlas. Prefiero palabras sinceras a sonrisas que me destruirán poco a poco.
Y todos tenemos nuestros más y nuestros menos, y tenemos momentos que deseamos que pasen rápido. Y otros que nos gustaría parar el tiempo, lo cuál es imposible, porque es algo lineal. Sólo podríamos ir hacia delante. Así que ya se sabe, continúa, piensa que lo que eres, es así por el dolor temporal y que aunque la felicidad plena e infinita no se pueda alcanzar, el camino nos enseña a quitarnos las vendas de los ojos, a llorar y a sufrir por lo que merece la pena, y que el tiempo acaba dando todas las respuestas.
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